miércoles, 15 de agosto de 2007

Comunicación organizacional… “para el pueblo, por el pueblo, pero sin el pueblo”.

Hace algún tiempo escribí esto... No recuerdo que nota me puso la profesora de la rama para la cual la redacté (Planificación Estrátegica y Comunicación Organizacional), puesto que como era una línea electiva y, sabiamente, había elegido las dos disponibles, dejando la ventana abierta para desechar la más fome y la peor... o sea ésta... No pesqué mi nota, aunque creo que fue negativa.
Pensé que era lo más probable puesto que nunca revisé lo que escribí y lo hice con rabia tratando de "luchar" con los conceptos que la profesora difundía puesto que me costaba concordar con ellos... Bueno la cosa es que ahora me gusta mucho... Léanlo.

Comunicación organizacional… “para el pueblo, por el pueblo, pero sin el pueblo”.

Daniel Sanhueza Rojas

Últimamente al momento de hablar de proyectos sociales provenientes de los organismos gubernamentales se ha generado un cierto rechazo producto del gran desastre del desarrollo del transporte público llamado Transantiago. Esta situación que deja en evidencia algunos problemas que se acarrean desde muchos años en nuestro país, como por ejemplo en el caso de la educación, donde grandes cabezas e ingenieros planifican enormes proyectos que en el papel suenan bien pero que en la práctica nacen con muchas trabas y problemas de aplicación. Eso me llevó a generarme las siguientes preguntas: ¿Cuál es la función de la comunicación en el desarrollo? ¿En qué medida la comunicación, o su ausencia, ha sido responsable de medio siglo de fracasos en los proyectos de desarrollo económico y social en América Latina y no así en algunos países de Asia? ¿Qué paradigmas de la comunicación han predominado para acompañar las acciones de desarrollo en los países del Tercer Mundo? ¿Cómo las estrategias comunicativas han influido en el desarrollo de políticas públicas? ¿Desde que lugar y bajo que argumentos se plantean los proyectos de desarrollo?

Existe evidencia suficiente para afirmar que la comunicación es aún considerada por los organismos de cooperación y desarrollo como la quinta rueda del carro, salvo algunas excepciones, y que su función es poco entendida por quienes toman decisiones estratégicas. La comunicación ha sido marginada de los programas de desarrollo la mayor parte de las veces, y cuando no ha sido el caso, se ha convertido en un soporte institucional o en un instrumento de propaganda. En muy pocos casos la comunicación ha sido un instrumento de diálogo y un elemento facilitador en el proceso de participación ciudadana, una garantía para un desarrollo humano sostenible, cultural y tecnológicamente apropiado.

Si bien cada vez son más las instituciones que utilizan o generan “departamentos de comunicaciones”, la perspectiva que intento desarrollar aquí apunta a que la comunicación no constituye solo una lógica de intentar convencer a un determinado “consumidor” ciudadano de que aquello que se busca implementar es lo correcto y que mejorará su estilo de vida, más bien, comprendo que funcionar bajo esta lógica corresponde a un desarrollo y correcto flujo de la información, no a la creación de lasos comunicativos que hagan partícipes a la ciudadanía, socialmente activa, de aquellos proyectos que se desarrollan[1].

Aunque son pocas las organizaciones de cooperación internacional que han comprendido la función que puede cumplir la comunicación para el desarrollo[2], Es evidente que esta perspectiva es poco abordada en muchas de las escuelas de periodismo o “comunicaciones” de nuestro país, donde las lógicas del comercio al interior de las universidades privadas y al interior de muchas de las tradicionales se mantiene ajenas a estas temáticas y se plantean como objetivo la formación de periodistas capaces de desenvolverse como administradores de información pero no como comunicadores sociales.[3]

A espaldas tanto de los organismos de cooperación y desarrollo como del mundo académico, las experiencias de comunicación participativa continúan sin embargo creciendo como respuesta a una situación en las que las voces de la multiculturalidad son negadas o escondidas por los medios masivos. Estas experiencias de comunicación popular y participativa, en el área rural y urbana, irrumpen en la esfera pública reclamando una nueva ciudadanía.

La propuesta dialógica, la suma de experiencias participativas y la voluntad de incidir en todos los niveles de la sociedad, son algunos elementos que hacen de esta, la Comunicación para el Cambio Social, un desafío. Esta perspectiva nace como respuesta a la indiferencia y al olvido, rescatando lo más valioso del pensamiento humanista que enriquece la teoría de la comunicación.

La comunicación para el cambio social es una comunicación ética, es decir de la identidad y de la afirmación de valores; amplifica las voces ocultas o negadas, y busca potenciar su presencia en la esfera pública. Recupera el diálogo y la participación como ejes centrales; ambos elementos existían entrelazados con otros modelos y paradigmas y estaban presentes en la teoría como en un gran número de experiencias concretas, pero no tenían carta de ciudadanía entre los modelos dominantes de modo que no alimentaron suficientemente la reflexión durante épocas anteriores y su presencia en las políticas públicas era aún más escasa que en nuestros días, aunque actualmente comienza a recuperar terreno.

Cualquiera que haya pasado un tiempo en comunidades de África, Asia y América Latina puede contar, a la manera de René Dumont, las anécdotas del “mal desarrollo”: hospitales sin equipamiento y sin personal; caminos sin terminar, tractores abandonados y engullidos por la vegetación; casillas de correo para aldeas donde todavía no llegó la alfabetización; ingenios procesadores de minerales que no funcionan porque no hay suficiente materia prima; casas a medio construir; calles que se destrozan a pocos meses de haber sido inauguradas o repavimentadas; colegios repletos de modernos computadores pero que mantienen las puertas cerradas a los alumnos por miedo a que los destrocen o porque simplemente no se conoce su funcionamiento.

Podríamos detenernos largamente en las anécdotas, mencionar lugares y fechas, organizaciones responsables y nombres de proyectos. La lista sería larga y no tendría mucho sentido, pues los mismos hechos se repiten en diferentes contextos. El modelo de planificación y ejecución vertical es el mismo en todo el Tercer Mundo. Los elefantes blancos, testimonio de proyectos frustrados, están por todas partes, aunque la falta absoluta de auto-crítica de los gobiernos y organismos de cooperación, se niegue a reconocerlo.

Hombres y mujeres de muchas generaciones han sido testigos mudos de los más grandes absurdos concebidos en nombre del desarrollo. Pueblos sin voz, o cuyas voces no han sido escuchadas. Comunidades que recibieron pasivamente proyectos en los que nunca creyeron, o que nunca entendieron, acostumbradas a ver llegar “expertos” con soluciones que nunca fueron compartidas con los supuestos “beneficiarios”. O como dice el filósofo y educador Paulo Freire “La cultura no es atributo exclusivo de la burguesía (o de los llamados “expertos”, agregaría). Los llamados "ignorantes" son hombres y mujeres cultos a los que se les ha negado el derecho de expresarse y por ello son sometidos a vivir en una "cultura del silencio"”[4]

Ahora es casi un lugar común reconocer los errores de una planificación vertical, ajena a los beneficiarios: si tan solo se hubiera establecido un diálogo entre representantes de las comunidades, técnicos del gobierno, líderes sociales y religiosos, para discutir los planes y proyectos. La forma más elemental de comunicación, el diálogo, hubiera evitado tantas distorsiones y tanto desperdicio de recursos. Al menos, las comunidades hubieran sido partícipes en el éxito o en el fracaso, hubieran aprendido de la experiencia y se hubieran apropiado de cada proyecto luego de apropiarse del análisis de los problemas y de la búsqueda de soluciones.

Si trasladásemos esta aseveración a nuestra situación político-social actual, tal vez, el famoso problema del Transantiago se hubiese evitado. Probablemente si los denominados expertos del “proyecto estrella” del gobierno concertacionista, se hubiesen acercado a las organizaciones sociales comunitarias o a las “personas” y se hubiesen preocupado por las reales necesidades de transporte de los diversos sectores de la ciudadanía, muchos de los problemas de falta de recorridos, de sectores mal atendidos o situaciones ilógicas donde las personas tenían (o tienen) que caminar alrededor de 15 cuadras para llegar a los paraderos, se hubiesen evitado (no así algunos problemas estructurales que se relacionan con los aspectos técnicos del proyecto). Otro de los casos que nos plantea este esquema corresponde a la famosa reforma de la educación chilena con la llegada de la Jornada Escolar Completa. Este proyecto no consideró las lógicas con las cuales se enseñaba al interior de los establecimientos educacionales primarios y secundarios, ni mucho menos las lógicas culturales que funcionan al interior de la educación chilena. Las voces de los principales actores en la educación chilena, como son los apoderados, estudiantes y profesores, simplemente no fueron consideradas.

Este ejemplo funciona como una metáfora de lo que sucede cuando se desconoce la cultura y se pretende incidir sobre ella sin establecer primero un diálogo y reconocimiento de la realidad que haga posible el proceso participativo. Los supuestos beneficiarios son “clientes” que deben “cambiar de comportamiento”, partiendo del supuesto de que sus prácticas cotidianas son incorrectas. La falta de capacidad de este modelo de comprender la diversidad cultural y el contexto de las prácticas tradicionales, pretende ser salvada con técnicas de “pre-test” cuyo objetivo es validar los “mensajes”, en grupos focales no siempre representativos.

Aún así, nos encontramos que en el discurso público de muchos de los macro actores sociales siempre está presente la comunicación participativa y con miras al cambio social. Entre el lenguaje discursivo y la acción hay un abismo meticulosamente trazado por la burocracia[5], la indiferencia hacia la cultura y la ignorancia de los problemas y la percepción que de ellos tienen las comunidades.

En el texto La Comunicación en las Organizaciones (Rogué y Agarivala, 1980)[6] se nos plantea como ejemplo el caso Chino, donde en un afán de Mao Tse-Tung por eliminar lo que él denomina “este gran mal, la burocracia”, inicia una reforma institucional donde retira de sus cargos a técnicos altamente especializados “apernados” en determinados puestos y los reemplaza por ciudadanos más apegados a las lógicas del gobierno y a las vivencias populares. La principal reforma constituye en que se eliminan los cargos y pasan a constituirse a todos los trabajadores en un mismo estatus al interior de la organización, dejando de funcionar sobre la lógica jerárquica de grupo y trasladándola a una estructura de trabajo en equipo, donde la toma de decisiones importantes no necesita necesariamente pasar por un superior, sobre todo en las situaciones más complejas, riesgosas y que necesitan de una pronta solución. En definitiva la inclusión de la ciudadanía en el desarrollo de las políticas públicas, beneficiando el estudio universitario a los sectores más necesitados y haciendo que las clases más acomodadas viviesen en extrema pobreza durante un período antes de alcanzar la educación superior, constituye un cambio en la lógica vertical comunicativa al interior de las instituciones gubernamentales en su relación interior, tanto como en su relación con el entorno.

Recordemos un poco los discursos pre-presidencialistas de Michelle Bachelet. En ellos planteaba la inclusión de la ciudadanía en las decisiones, creando instancias participativas y de influencia para la sociedad. Ya sea por falta de voluntad política, complejidad social o falta de iniciativa, esta “promesa” no ha sido cumplida. Aunque no se puede obviar los esfuerzos realizados mediante algunas comisiones que incluían a otros actores sociales pero que más parecían una ilusión que una realidad, producto de la poca presencia significativa en las comisiones.[7]

La distancia que existe entre los niveles estratégicos y las experiencias concretas de comunicación comunitaria es sin embargo demasiado grande, y por lo general no se produce el encuentro que beneficiaría el proceso de apropiación de un programa por parte de la comunidad. Parte del problema es esa visión altanera que desprecia las experiencias de comunicación participativa por “insignificantes” o “aisladas”.

Los planteamientos de Paulo Freire sobre la educación y la comunicación dialógica están en la esencia del paradigma de la comunicación para el cambio social, así como otros conceptos afines: comunicación horizontal, comunicación alternativa, comunicación popular, comunicación participativa, comunicación para el desarrollo

El proceso de formulación de la comunicación para el cambio social comenzó a gestarse en abril de 1997, en una reunión convocada por la Fundación Rockefeller en su centro de conferencias de Bellagio, en Italia. Un grupo heterogéneo de personas ligadas a la comunicación desde ángulos muy diversos, debatió durante una semana, con agenda abierta, el tema: “¿Qué comunicación para el cambio social en el próximo siglo?” En esta primera etapa, que incluye varias reuniones y culmina con un manifiesto publicado al cabo de una conferencia en Cape Town, Africa del Sur, se definió progresivamente el concepto de comunicación para el cambio social, como “un proceso de diálogo privado y público, a través del cual los participantes deciden quienes son, qué quieren y cómo pueden obtenerlo”. El enfoque inicial subraya la necesidad de cambiar los términos hasta entonces vigentes en el desarrollo y en la comunicación. Se plantea que las comunidades deben ser actores centrales de su propio desarrollo, que la comunicación no debe persuadir sino facilitar el diálogo, y que no debe centrarse en los comportamientos individuales sino en las normas sociales, las políticas y la cultura.

Si bien las organizaciones gubernamentales han desarrollado perspectivas comunicativas bastante elaboradas, muchas de ellas no consideran a la ciudadanía. Las políticas gubernamentales se generan sin la opinión y la participación de los ciudadanos. Claramente no es mi intención demonizar a las políticas públicas, ni mucho menos decir que la inclusión de la ciudadanía en ellas sea una necesidad en todos y cada uno de los casos, o una forma de evitar los problemas al interior de los proyectos. La intencionalidad de este planteamiento se refiere a que la lógica necesaria para que una población pueda generar un cambio conductual o adecuarse a nuevos proyectos o iniciativas provenientes del gobierno, no deben funcionar precisamente bajo esa lógica; la de “Adecuarse”. Sino, más bien, debería llegar un punto al interior del desarrollo de las políticas en el cual la opinión y PARTICIPACIÓN de la ciudadanía sea un factor determinante en la progresión de dicha iniciativa.



[1] La diferencia entre comunicación e información puede ser bastante sutil desde algunas perspectivas. Considero, basándome en autores como Jesús Martín Barbero, que la comunicación se plantea como la relación dialógica entre los individuos en forma horizontal, no en una imposición vertical que es como pretende funcionar la información a nivel masivo.

[2] UNICEF es la única agencia que tiene en cada país, oficiales de información y comunicación.

[3] Esta aseveración se realiza luego de un breve análisis de diferentes mallas curriculares de casas de estudios como Universidad Católica, Universidad Andrés Bello, Universidad Austral de Chile, entre otras.

[4] Freire, P., Pedagogia da Esperança: um reencontro com a pedagogia do oprimido. Rio de Janeiro: Paz e Terra. 1992

[5] De acuerdo a los autores Rogus, E y Agarivala Roguero, R., en su texto La Comunicación en las Organizaciones, la burocracia no solo se refiere a las organizaciones gubernamentales, sino a toda estructura de trámite burocrático y entrampado en una empresa cualquiera esta sea.

[6] Rogus, E y Agarivala Roguero, R., La Comunicación en las Organizaciones, Mc Grano Hill, México, DF, 1980, Capítulo 4.

[7] De 81 participantes de la comisión para reformular la LOCE creada el año 2006, alrededor de 20 integrantes correspondían a actores sociales.

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